-El señor Wright es
norteamericano- siguió explicando Elisabeth.
-Pero me crié en el sur- añadió
el pelirrojo. Extendió el brazo y me tendió la mano para estrecharla con la
mía.- Encantado.
Su mano era pálida, y sus dedos
largos y fuertes. Le miré a los ojos conteniendo la respiración. Eran
amarillentos, dorados como el sol. Los tenía medio cerrados, en una expresión
relajada y misteriosa. Sus pestañas largas y negras, me parecieron bonitas en
aquel momento. Pero su pelo… Su pelo estaba totalmente fuera de lugar; era rojo
como el fuego, y brillaba como tal, pero no era el color anaranjado típico de
los humanos, como el de Valerie, era rojo vino, como la sangre. Tampoco lo
llevaba corto como el resto de los caballeros, incluyéndome, sino que le
llevaba por la altura de la cadera, un poco más arriba. Este estaba atado en
una coleta baja. Iba elegante, aunque sin llamar demasiado la atención (su
cabello se encargaba de ello). Su brazo izquierdo estaba flexionado, donde una
joven de cabello negro y rostro infantil lo estaba abrazando, apretando su
cuerpo contra el brazo del hombre.
Le di mi mano y estreché la suya.
La sensación de inquietud que sentía se intensificó al tocarlo. Noté una
peligrosa chispa eléctrica en la palma y en los dedos, que me recorrió todo el
cuerpo.
-Encantado- procuré sonar seguro
y esbozar una sonrisa. Terminé de estrechársela también al resto de los
hombres.
-Sé que deseáis charlar,
caballeros, pero me llevo al señor Lynne a la pista de baile- Elisabeth me
agarró el brazo y nos dirigimos al centro de la sala. El pelirrojo y su pareja
se encontraban a nuestro lado.
-Yo bailaré con Isabella. No me
dio tiempo a presentársela antes- dijo amablemente sonriendo. A la muchacha
pareció molestarle el hecho de que el joven me hablara.
La orquesta, situada sobre una
especie de tarima de mármol, terminó la canción, dando comienzo a la siguiente: el vals. Coloqué mi
mano en la cintura de mi pareja de baile y ella se apoyó en mi hombro, y nos
agarramos nuestras manos libres. Comenzamos los pasos siguiendo el ritmo de la
música. Un noble que no sepa moverse en un baile es como un sastre que no sabe
coser.
Pude ver al señor Wright y a Isabella
agarrados y moviéndose con elegancia, haciendo que el vestido rosa pálido y
amarillo de la joven ondeara tras ella. Llamaba bastante la atención la
diferencia de altura entre ambos: él tan
alto e impotente, y ella tan bajita y menuda. Hacía que la chica pareciera una
niña pequeña. Alcé la miraba y me encontré con los ojos dorados de Wright
mirándome de reojo. Noté el recuerdo de la chispa en mi mano y la sacudí
inconscientemente en la cintura de la duquesa.
-¿Ocurre algo? – me dijo mirándome con ojos interrogantes.
-Ah, no, nada. Disculpe – sonreí.
– Un simple acto reflejo.
Dimos un giro. Ahora estaba a la
extraña pareja.
-Y dígame Elisabeth, ¿donde conoció
a los caballeros que me presentó antes? – pregunté despreocupado.
-Son conocidos. Nobles con los
que me relaciono en fiestas y algún pretendiente.
-¿Y Andrew Wright?
-Ah, el señor Wright… Lo conocí
ayer mismo. Se estaba encargando de la mudanza de su nueva casa y me comentó
ser norteamericano. Es nuevo y no conoce a las personas de alta alcurnia de por
aquí, así que lo invité para que se fuera presentado en sociedad.
-Con todos mis respetos, ¿no le
parece un poco arriesgado? No sé si me explico, ¿cómo sabe usted que no es un
criminal o una persona peligrosa?
-Bueno, al principio me pareció un
poco intimidante, pero luego demostró ser
todo un caballero. Casi como tú al conocerte por primera vez. Jajajaja – rió,
de modo que yo le seguí la corriente.
Dimos otro giro siguiendo la música.
Otra vez volví a ver a esos dos. Isabella tenía las mejillas sonrojadas y los
ojos brillantes; mirando con admiración a su pareja. A mi parecer, tenía cara
de mocosa enamorada. Sentí regocijo al ver que el hombre la ignoraba, es más,
ni siquiera la estaba mirando. Sus ojos estaban posados… en mí. Seguía cada
movimiento de mi cuerpo, observándome detenidamente. Le mire a la cara
fijamente, pero no desvió la mirada. De
hecho, se atrevió incluso a doblar la comisura del labio y sonreírme de
manera que me inquietó.
“Descarado”, pensé, “¿Qué, se habrá
creído ese asqueroso humano?” Alguien se aclaro la garganta:
-Ejem, toca cambio de pareja –
Wright se había acercado sigilosamente. Su mano hizo un ademán hacia la duquesa
Elisabeth.
-¡Oh, por supuesto! – respondió coqueta
ella. Me sonrió a modo de despedida y se fue bailando entre los brazos de aquel
impresentable.
-Disculpe, pero aún sigo aquí –
dijo la joven Isabella, sonando molesta.
-Lo lamento- le sonreí, disculpándome. “Maldito sea, ¿se habrá
dado cuenta de que le odio?” - ¿Bailamos?
-¿Para qué cree que le he llamado
si no? – se agarró a mí como obligada y seguimos con la siguiente canción.
En todo el tiempo que llevo en el
mundo humano, nunca me había encontrado en una atmósfera tan tensa. Bailábamos
con movimientos mecánicos e incómodos; sin ganas, me refiero. Isabella tenía
cara de aburrida y ni siquiera miraba hacia delante. Evitó mirarme moviendo la
cabeza hacia un lado. Yo no iba ser menos que ella, así que la imité y miré al
resto de invitados mientras bailaba.
Casi memorice el número de
pliegues y arrugas del vestido de una señora sentada en una butaca. También
intente distraerme descifrando las vibraciones que desprendían los humanos a mí
alrededor: notaba el cariño que sentía un caballero por su propio traje, el
odio de un camarero al tener que trabajar sirviendo copas, el amor secreto de
una joven por el hermano de su marido… Y los sentimientos de Isabella hacia
Wright. Pero este tan sólo emanaba la
sensación de inquietud que sentí al verlo. Era distinta a las demás emociones;
no lograba descifrar lo que sentía, pero si lo que les hacía sentir a otros. En
este caso, a mí mismo.
A veces la duquesa no debería ser
tan confiada, sobre todo en este caso. Que
a un humano algo le dé mala espina es normal, pero si le da a un
demonio, está claro que ocurre algo. Se oían las escandalosas risotadas de la
duquesa en toda la sala. Al parecer aquel impertinente estaba consiguiendo metérsela en el bote. Volví a mirar al frente
conteniendo un gruñido. Isabella observaba a Wright bailar. Daba vueltas y su
cabello rojo ondeaba a cada movimiento que daba. Su rostro, con sus rasgos
perfectamente colocados en armonía, transmitía paz y confianza, y algunos
mechones estaban sobre sus hombros; parecía que se había manchado el traje con
sangre fresca. No sé si el traje que llevaba le quedaba ajustado, pero se veía
que era un hombre fuerte, por la forma en que su figura se marcaba a través de
su camisa y sus pantalones.
La canción termino, e Isabella
trató de espabilarme con un golpe no muy educado para una dama en el brazo. Enseguida
nos reunimos los cuatro de nuevo.
-Gracias por el baile, Elisabeth.
Ha sido un placer- comentó Wright con rostro sereno. – Si nos disculpan,
Isabella y yo daremos un paseo por el jardín- la joven volvió a sonreír
ampliamente y se abrazó al codo del caballero. Entonces Wright me miro a mi,
pero no de la misma manera que a la duquesa y murmuró lentamente. –Ha sido todo
un placer conocerte, señor Lynne.
Asentí secamente con la cabeza a
modo de respuesta. Sonrió con sorna y camino con su acompañante hacia el
exterior, cogidos del brazo.
Me disculpé más tarde con
Elisabeth y me dirigí a los lavabos. Cuando entré cerré la puerta con pestillo.
Me quedé en silencio y no escuché más que mi respiración acelerada. Traté de
relajarme. ¿Por qué me alteraba tanto? ¿Me encontraba nervioso, cohibido,
aterrado? ¡Soy un demonio, maldita sea! Podría desgarrarle el cuello a un oso
si quisiera. Mis colmillos habían crecido, así que los oculté de nuevo en mis
encías. Me lavé las manos y aplasté el pelo, convenciéndome de que estaba
tranquilo. Cogí el pomo de la puerta y lo giré.
Pero entonces escuché algo. Venia
de fuera, en el jardín. Me asomé a la ventana y me fijé en el terreno.
Bajo un olmo, en la oscuridad,
Wright e Isabella se encontraban uno frente al otro, cogidos de la mano como
dos tortolitos. El pelirrojo le susurraba algo y la chica se sorprendió, sonrojándose
al mismo tiempo. Ambos acercaron sus
labios lentamente y se besaron. Wright tenía
colocadas sus manos en la espalda de la chica, encima de su cintura. Abrió sus
ojos y observo un momento el rostro de Isabella. El iris de sus ojos parecía brillar
con un furor amarillo.
Y de repente, la joven cae inerte
entre sus brazos, mientras que de su boca se escapaba una pequeña figura
brillante: una luciérnaga de aspecto mágico.
El alma y la vida de Isabella.
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