miércoles, 26 de noviembre de 2014

Crónicas de un Amor Demoníaco - Capitulo 5 - El vals

-El señor Wright es norteamericano- siguió explicando Elisabeth.

-Pero me crié en el sur- añadió el pelirrojo. Extendió el brazo y me tendió la mano para estrecharla con la mía.- Encantado.

Su mano era pálida, y sus dedos largos y fuertes. Le miré a los ojos conteniendo la respiración. Eran amarillentos, dorados como el sol. Los tenía medio cerrados, en una expresión relajada y misteriosa. Sus pestañas largas y negras, me parecieron bonitas en aquel momento. Pero su pelo… Su pelo estaba totalmente fuera de lugar; era rojo como el fuego, y brillaba como tal, pero no era el color anaranjado típico de los humanos, como el de Valerie, era rojo vino, como la sangre. Tampoco lo llevaba corto como el resto de los caballeros, incluyéndome, sino que le llevaba por la altura de la cadera, un poco más arriba. Este estaba atado en una coleta baja. Iba elegante, aunque sin llamar demasiado la atención (su cabello se encargaba de ello). Su brazo izquierdo estaba flexionado, donde una joven de cabello negro y rostro infantil lo estaba abrazando, apretando su cuerpo contra el brazo del hombre.

Le di mi mano y estreché la suya. La sensación de inquietud que sentía se intensificó al tocarlo. Noté una peligrosa chispa eléctrica en la palma y en los dedos, que me recorrió todo el cuerpo.

-Encantado- procuré sonar seguro y esbozar una sonrisa. Terminé de estrechársela también al resto de los hombres.

-Sé que deseáis charlar, caballeros, pero me llevo al señor Lynne a la pista de baile- Elisabeth me agarró el brazo y nos dirigimos al centro de la sala. El pelirrojo y su pareja se encontraban a nuestro lado.

-Yo bailaré con Isabella. No me dio tiempo a presentársela antes- dijo amablemente sonriendo. A la muchacha pareció molestarle el hecho de que el joven me hablara.

La orquesta, situada sobre una especie de tarima de mármol, terminó la canción, dando  comienzo a la siguiente: el vals. Coloqué mi mano en la cintura de mi pareja de baile y ella se apoyó en mi hombro, y nos agarramos nuestras manos libres. Comenzamos los pasos siguiendo el ritmo de la música. Un noble que no sepa moverse en un baile es como un sastre que no sabe coser.

Pude ver al señor Wright y a Isabella agarrados y moviéndose con elegancia, haciendo que el vestido rosa pálido y amarillo de la joven ondeara tras ella. Llamaba bastante la atención la diferencia  de altura entre ambos: él tan alto e impotente, y ella tan bajita y menuda. Hacía que la chica pareciera una niña pequeña. Alcé la miraba y me encontré con los ojos dorados de Wright mirándome de reojo. Noté el recuerdo de la chispa en mi mano y la sacudí inconscientemente en la cintura de la duquesa.

-¿Ocurre algo? – me  dijo mirándome con ojos interrogantes.

-Ah, no, nada. Disculpe – sonreí. – Un simple acto reflejo.

Dimos un giro. Ahora estaba a la extraña pareja.

-Y dígame Elisabeth, ¿donde conoció a los caballeros que me presentó antes? – pregunté despreocupado.

-Son conocidos. Nobles con los que me relaciono en fiestas y algún pretendiente.

-¿Y Andrew Wright?

-Ah, el señor Wright… Lo conocí ayer mismo. Se estaba encargando de la mudanza de su nueva casa y me comentó ser norteamericano. Es nuevo y no conoce a las personas de alta alcurnia de por aquí, así que lo invité para que se fuera presentado en sociedad.

-Con todos mis respetos, ¿no le parece un poco arriesgado? No sé si me explico, ¿cómo sabe usted que no es un criminal o una persona peligrosa?

-Bueno, al principio me pareció un poco intimidante, pero luego  demostró ser todo un caballero. Casi como tú al conocerte por primera vez. Jajajaja – rió, de modo que yo le seguí la corriente.

Dimos otro giro siguiendo la música. Otra vez volví a ver a esos dos. Isabella tenía las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes; mirando con admiración a su pareja. A mi parecer, tenía cara de mocosa enamorada. Sentí regocijo al ver que el hombre la ignoraba, es más, ni siquiera la estaba mirando. Sus ojos estaban posados… en mí. Seguía cada movimiento de mi cuerpo, observándome detenidamente. Le mire a la cara fijamente, pero no desvió la mirada. De  hecho, se atrevió incluso a doblar la comisura del labio y sonreírme de manera que me inquietó.

“Descarado”, pensé, “¿Qué, se habrá creído ese asqueroso humano?” Alguien se aclaro la garganta:

-Ejem, toca cambio de pareja – Wright se había acercado sigilosamente. Su mano hizo un ademán hacia la duquesa Elisabeth.

-¡Oh, por supuesto! – respondió coqueta ella. Me sonrió a modo de despedida y se fue bailando entre los brazos de aquel impresentable.

-Disculpe, pero aún sigo aquí – dijo la joven Isabella, sonando molesta.

-Lo lamento- le  sonreí, disculpándome. “Maldito sea, ¿se habrá dado cuenta de que le odio?” - ¿Bailamos?

-¿Para qué cree que le he llamado si no? – se agarró a mí como obligada y seguimos con la siguiente canción.

En todo el tiempo que llevo en el mundo humano, nunca me había encontrado en una atmósfera tan tensa. Bailábamos con movimientos mecánicos e incómodos; sin ganas, me refiero. Isabella tenía cara de aburrida y ni siquiera miraba hacia delante. Evitó mirarme moviendo la cabeza hacia un lado. Yo no iba ser menos que ella, así que la imité y miré al resto de invitados mientras bailaba.

Casi memorice el número de pliegues y arrugas del vestido de una señora sentada en una butaca. También intente distraerme descifrando las vibraciones que desprendían los humanos a mí alrededor: notaba el cariño que sentía un caballero por su propio traje, el odio de un camarero al tener que trabajar sirviendo copas, el amor secreto de una joven por el hermano de su marido… Y los sentimientos de Isabella hacia Wright. Pero este tan sólo emanaba  la sensación de inquietud que sentí al verlo. Era distinta a las demás emociones; no lograba descifrar lo que sentía, pero si lo que les hacía sentir a otros. En este caso, a mí mismo.

A veces la duquesa no debería ser tan confiada, sobre todo en este caso. Que  a un humano algo le dé mala espina es normal, pero si le da a un demonio, está claro que ocurre algo. Se oían las escandalosas risotadas de la duquesa en toda la sala. Al parecer aquel impertinente estaba consiguiendo  metérsela en el bote. Volví a mirar al frente conteniendo un gruñido. Isabella observaba a Wright bailar. Daba vueltas y su cabello rojo ondeaba a cada movimiento que daba. Su rostro, con sus rasgos perfectamente colocados en armonía, transmitía paz y confianza, y algunos mechones estaban sobre sus hombros; parecía que se había manchado el traje con sangre fresca. No sé si el traje que llevaba le quedaba ajustado, pero se veía que era un hombre fuerte, por la forma en que su figura se marcaba a través de su camisa y sus pantalones.

La canción termino, e Isabella trató de espabilarme con un golpe no muy educado para una dama en el brazo. Enseguida nos reunimos los cuatro de nuevo.

-Gracias por el baile, Elisabeth. Ha sido un placer- comentó Wright con rostro sereno. – Si nos disculpan, Isabella y yo daremos un paseo por el jardín- la joven volvió a sonreír ampliamente y se abrazó al codo del caballero. Entonces Wright me miro a mi, pero no de la misma manera que a la duquesa y murmuró lentamente. –Ha sido todo un placer conocerte, señor Lynne.

Asentí secamente con la cabeza a modo de respuesta. Sonrió con sorna y camino con su acompañante hacia el exterior, cogidos del brazo.

Me disculpé más tarde con Elisabeth y me dirigí a los lavabos. Cuando entré cerré la puerta con pestillo. Me quedé en silencio y no escuché más que mi respiración acelerada. Traté de relajarme. ¿Por qué me alteraba tanto? ¿Me encontraba nervioso, cohibido, aterrado? ¡Soy un demonio, maldita sea! Podría desgarrarle el cuello a un oso si quisiera. Mis colmillos habían crecido, así que los oculté de nuevo en mis encías. Me lavé las manos y aplasté el pelo, convenciéndome de que estaba tranquilo. Cogí el pomo de la puerta y lo giré.

Pero entonces escuché algo. Venia de fuera, en el jardín. Me asomé a la ventana y me fijé en el terreno.

Bajo un olmo, en la oscuridad, Wright e Isabella se encontraban uno frente al otro, cogidos de la mano como dos tortolitos. El pelirrojo le susurraba algo y la chica se sorprendió, sonrojándose al mismo tiempo.  Ambos acercaron sus labios lentamente y se besaron. Wright  tenía colocadas sus manos en la espalda de la chica, encima de su cintura. Abrió sus ojos y observo un momento el rostro de Isabella. El iris de sus ojos parecía brillar con un furor amarillo.

Y de repente, la joven cae inerte entre sus brazos, mientras que de su boca se escapaba una pequeña figura brillante: una luciérnaga de aspecto mágico.

El alma y la vida de Isabella.


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