No
se pueden comparar las emociones de los dos “Astaroths” (el de la
fiesta de 1850 y el que leía el diario en 2014). Mientras que uno
suspiraba con paciencia contenida pensando en las locuras de su
novio, otro se sentía impactado ante la visión de lo que acababa de
descubrir. Recuerda el miedo con claridad; unas de las pocas veces en
las que de verdad se había sentido asustado por alguien. Y también
unas de las pocas en las que el sudor frío le había manchado el
vestuario.
Recuerda
cuánto le costó apartar la mirada del cadáver de la chica. Y
cuando logró hacerlo volvió en sí y dio un brinco hacia atrás,
con la mala suerte de chocar contra una mesa de madera baja con un
jarrón encima. El jarrón se estrelló contra el suelo
convirtiéndose en un montón de pequeños pedacitos de cristal que
terminaron esparcidos por todas partes. Las pastillas de jabón
aromatizadas que contenía acabaron aplastándose y adoptando una
forma abollada.
Astaroth
dio gracias al infierno por haber escogido el baño de la segunda
planta y no el de la primera; donde hay mayordomos sirviendo toallas
y aun habiendo música se habría oído el estropicio del jarrón.
Presa del pánico, comenzó a empujar con el zapato los cristales y
los jabones para esconderlos debajo del lavabo. Miraba de un lado a
otro sin saber muy bien cómo actuar. Paró en seco cuando vio su
reflejo en la superficie pulida del espejo. No se había dado cuenta
de lo alterado que parecía, así que hundió las manos en la tina
llena de agua y se echó un poco en la nuca. Se apoyó en el borde y,
como antes de ver la escena, respiró profundamente y trató de
tranquilizarse. Ni siquiera su mente estaba despejada, la tenía
llena de pensamientos ansiosos y voces ruidosas.
“¡Callaos
ya, maldita sea!” golpeó con fuerza la pared, pero no con la
suficiente como para romperla. “¡Hacéis demasiado ruido!
¿Ruido?...Un momento…”
Temeroso,
se acercó lentamente a la ventana. Lo que peor se temía había
ocurrido: Wright, que sostenía en sus brazos el arqueado cuerpo de
Isabella, miraba fijamente en dirección a la ventana del baño en el
que se encontraba Astaroth. Su rostro formaba una expresión entre
sorprendido y apurado.
El
demonio se separó de ella y esta vez sí que salió del lavabo.
En
la sala de la fiesta todo el mundo estaba como si nada hubiera
pasado. Los humanos bebían mientras reían, degustando los platos, y
las damas pasaban de una pareja a otra en el baile. Una mano llena de
anillos se agitaba por encima de las cabezas de los demás. Astaroth
reconoció a Elisabetha y caminó lento hacia ella, para no levantar
ninguna sospecha.
-¡Querido!
¡Has tardado mucho!- le reprochó, aunque con cariño.- ¡Y te has
empapado la manga de agua! ¿Algo mal en el lavabo?
-No
se preocupe, un simple desliz- sonó más tenso de lo que se
figuraba.- ¿Todo bien?
-Oh,
bueno, el maleducado de Vonbiccini ha criticado el vino y...
-¡Señora
Miller! ¡Duquesa!- Un joven mayordomo con patillas y algo sudoroso
se acercó a empujones. Los invitados resoplaban ofendidos mientras
observaban la escena. Elisabetha puso los brazos en jarras y le riñó
en susurros:
-¡Thomas!
¿Qué razón tienes para tratar así a los invitados?
-¡Se…trata…de…uf…su
sobrina! ¡Le ha ocurrido…algo grave! ¡Uf!- siguió hablando sin
apenas aliento.- ¡He venido corriendo para avisarla!
-
¡¿Mi sobrina!?- se llevó las manos a la cara horrorizada-¿¡Qué
le ha pasado!?
-¡Acompáñeme,
corra!- El público ya era consciente del problema, se miraban unos a
otros con sorpresa. El joven y la duquesa corrieron a la entrada
seguidos de Astaroth y otros presentes.
En
la entrada tuvieron que abrirse paso entre una multitud amontonada
para llegar hasta el centro del caos. Allí se hallaba colocada, en
un diván, la joven. Varios hombres se hicieron a un lado para dejar
pasar a un caballero de pelo blanco. El rostro de Isabella se dejó
caer a un lado de manera inerte. Tenía el rostro pálido y el pelo
descuidado. El hombre que se había acercado a ella se inclinó sobre
una rodilla y le tomó el pulso. A continuación le levantó con
cuidado un párpado y miró su ojo. La gente estaba guardando
silencio sin poder contener la tensión; sólo se oía la respiración
agitada de Elisabetha. El caballero, sin decir ni una palabra, se
quitó su chaqueta y con ella tapó la cabeza y parte del pecho de la
joven.
La
duquesa, sin necesidad de que le contaran lo que pasaba, escondió la
cara en las manos y se echó a llorar escandalosamente. La entrada se
llenó de sollozos y voces agitadas.
-Lo
lamento, pero no hay nada que pueda hacer- se excusó el caballero a
los presentes
Astaroth
se aproximó a la duquesa y le puso la mano con delicadeza en el
hombro. Ella, al borde de la histeria, se volvió agarrándole por
las solapas, hundió su cara en su pecho y le lleno el chaleco de
mocos.
-¡¿¡Por
qué, Vincent?!? ¡¿Qué le ha ocurrido, por qué Dios permite estas
cosas?!- Enterró el rostro en su pecho y sollozó más fuerte.
Incomodado por el contacto físico, empezó a darle palmaditas en la
espalda.
Algunas
personas comenzaron a marcharse de la fiesta sintiéndose impactados.
Entre todas las que salían apareció una que intentaba entrar sin
que le arrastraran; parecía terriblemente preocupado. Se echó el
flequillo rojo hacia atrás al llegar a la pareja.
-
¡Oh, no puede ser! ¡No sabía que esto pasaría! ¡Todo esto es
culpa mía, soy un desgraciado!- se lamentó Wright frente a la
duquesa.
-¡Wright!
¡¿Qué ha ocurrido?! ¡Tú estabas con ella, dímelo!-exclamó la
mujer.
-
¡Lo estaba, pero la dejé un momento al ir a por unos canapés!
¡Cuando regresé estaba inmóvil en el suelo!
Descontenta
con su respuesta, sus ojos se volvieron furiosos y brillaron con
instinto asesino. Abandonó el abrazo con Vincent y se encaró con
Andrew Wright:
-¡¡Mi
sobrina estaba sola contigo!!¡¡ Todos los invitados se encontraban
en el salón y eráis los únicos que estaban fuera!! ¿¿¡Cómo
esperas que te crea, maldito…ASESINO??!- gritó fuera de sí.
Los
pocos aristócratas que quedaban se taparon las bocas con asombro.
Los nobles debían mantener la compostura en todo momento; y si una
dama tan ejemplar como Elisabetha Miller se desquiciaba de esa
manera, significaba que la situación era desastrosa. Más incluso
que cuando al violinista de la fiesta de navidad se le rompió una
cuerda.
Casi
con desprecio, el rostro del hombre se relajó, cambió su postura, y
pasó de afligido a despreocupado en un momento.
-¿Así
que no me cree?- levantó un dedo acusador y señaló al frente-
Pregúnteselo a Vincent Lynne. Él vio perfectamente lo que ocurrió
a través de la ventana del baño del piso superior.
“…Espera,¡¿qué?!
¡Demonios! ¡Maldito estúpido!” Astaroth logró ocultar el
gruñido que sentía en la garganta a duras penas. La duquesa giró
la cabeza con lentitud y le miró a los ojos. Astaroth detectó en
ella duda y temor, pero sobretodo decepción. Decepción por saber lo
ocurrido y habérselo ocultado.
Aguantó
la sonrisa que le dedicaba Wright a espaldas de la mujer. Trató de
pensar rápido: “Joder, ¡la duquesa me preguntó antes si había pasado algo y le dije que no!¡Si ahora voy y digo que vi cómo la mataba, sonará sospechoso!¡Puede que incluso me acusen de ser su cómplice por ocultar su crimen!.”
Carraspeó
y adoptó una imagen seria pero inocente.
-
Sí, es cierto. Me disponía a salir del lavabo cuando oí un ruido
del exterior. Me asomé y los vi a ambos en el jardín. El señor
Wright dejó sola a la joven y desapareció; entonces- pensó qué
decir a continuación- me di cuenta de que no ocurría nada fuera de
lo común, así que salí y volví a encontrarme con usted. No vi que
el señor Wright le hiciera nada.
-Y
además –añadió el otro- fui yo quien avisó al servicio. Ellos
se lo pueden confirmar.
Quedaron
en silencio. Sólo se rompió cuando la duquesa se echó a los brazos
del pelirrojo sollozando disculpas. Allí acabó la trágica velada.
Astaroth abandonó la mansión sin despedirse, aunque prometió
mentalmente mandar un regalo a la desconsolada anfitriona por
hacerlo. Sabía que Andrew Wright no le quitó ojo a medida que salía
de la sala, pero lo ignoró. Después de aguantarlo toda la noche, ya
se había acostumbrado.
******************
Aquella
madrugada había dormido peor que mal. Se había despertado con
manchas violáceas bajo los ojos y se encontraba muy fatigado debido
a las emociones del día anterior y a la falta de sueño. Ni siquiera
el café cargado de la madre de Valerie le daba fuerzas.
Le
recordaba a él mismo en sus primeros meses de dieta humana normal;
la falta de almas le afectó mucho, pero al final acabó por
adaptarse (más o menos) a su nuevo tipo de alimentación.
Incluso
Chef, su gato, se dio cuenta de que algo le ocurría. Abandonó su
orgulloso carácter de gato callejero y ronroneó para llamar su
atención. Astaroth estaba sentado en la butaca de su despacho. Daba
golpecitos a la superficie encerada del escritorio con las uñas
mientras trataba de analizar lo ocurrido (ignoró completamente a su
mascota). Había escogido esa ciudad para vivir por su población
tranquila y serena y su situación geográfica, pero ahora resulta
que no estaba solo. Ya no era el único demonio de la ciudad: sólo
su especie absorbía las almas de sus víctimas en forma de beso.
Andrew
Wright también provenía del Infierno, y se había trasladado a la
región. ¡Ahora entendía por qué no fue capaz de leer sus
vibraciones!¡Al ser un demonio, tenía más defensa contra sus
poderes! ¡Y además era él el asesino en serie que mataba a humanos
por la noche; se alimentaba de sus almas!
“Pero,
¿por qué disparaba a los cadáveres?” pensó irguiéndose en el
asiento “Bah, me es igual: es un psicópata, está loco.”
Ser
el único ser del Infierno en la zona tenía sus ventajas: si actuaba
de manera normal, se confundía entre los humanos y no llamaba la
atención. Pero si un demonio sin escrúpulos se dedicaba a matar a
diestro y siniestro, ¡y no sólo eso! , sino que además invadía su
territorio, tarde o temprano la gente comenzaría a sospechar.
Especialmente, de algún recién llegado que dice ser extranjero.
Y como es probable que Wright conociera su verdadera identidad, en ese caso, no podía
acusarle de nada, o él también lo delataría.
En
medio del caos que se arremolinaba en su cabeza, alguien interrumpió
llamando a la puerta.
-¿Señor?
Ha llegado un mensajero de parte de la mansión Miller.- la dulce voz
de Valerie fue entrando poco a poco en la dolorida cabeza de
Astaroth; que se levantó y avanzó hacia ella con prisa.
-¿Qué
dice?
-Ya
se ha ido, vino para comunicarle de que el entierro de Isabella
Graham será pasado mañana a las 6, señor, en el cementerio local.
-De
acuerdo, puedes retirarte - respondió secamente. Cerró la puerta
(sin demasiada cortesía) y se rascó la barbilla mientras pensaba.
Ahora estaba más molesto que antes. Sabía de sobra que allí
tendría que volver a ver a Andrew Wright.
******************
El
cielo de la fecha del entierro amenazaba lluvia; a Astaroth le
deslumbraba la habilidad de las nubes para mostrarse acorde con los
sentimientos de los humanos. Todos los invitados al funeral
(básicamente los mismos de la fiesta) se encontraban mustios y sin
apenas ánimos. La duquesa Miller era todo un diluvio: comenzó a
llorar desde que puso un pie en el césped del cementerio.
Por
tradición, todos vestían ropas negras; los hombres, sombreros y
guantes y las mujeres, vestidos de mangas largas y sombreros con velo
sobre el rostro.
Astaroth
cambió su usual vestuario color blanco por un traje y abrigo negro.
La muerte de la muchacha no le causaba ninguna pena; de hecho, las
pocas frases que intercambiaron ni siquiera fueron amables. Él no
tenía por qué sentir lástima alguna por una joven maleducada y
estúpida, si bien no se merecía ese trágico destino. Se
fue apartando de la gente poco a poco. Cuando se encontraba a un
distancia considerable, donde nadie desde el entierro podría verle,
una voz le sorprendió.
-Veo
que no está muy apenado.
Se
giró sorprendido y vio al demonio pelirrojo a unos pasos detrás de
él, sobre unos escalones de piedra que bajaban hasta el cementerio,
junto a la enorme puerta metálica de la entrada. Mostraba una
expresión de autosuficiencia. Astaroth no respondió. No era
conveniente para él que los vieran hablando juntos.
-¿No
me respondes? Bueno –dijo mientras bajaba los escalones- Tampoco te
voy a obligar a hacerlo.- Levantó una mano como para tocarlo pero el
otro se lo impidió de un manotazo.
-No
te atrevas a tocarme, demonio estúpido – escupió con odio- a mí
me hablas de “usted”, aunque ni con esas te voy a permitir que me
hables.
-Vaya,
lo siento; ¡no sabía que el gatito tenía las uñas tan afiladas!-
sonrió de manera socarrona y bajó el volumen de su voz - En la
fiesta no eras tan quisquilloso.
Harto
de perder su tiempo, Astaroth, se dio la vuelta y se adentró más
aún entre las tumbas.
-Ah,
por cierto, gracias por no delatarme en la fiesta. Aunque claro, si
lo hubieras hecho también te habrías descubierto a ti mismo.
-¡Déjeme
en paz, ¿quiere?! – repuso furioso; sus colmillos amenazaban con
salir- ¡¿Por qué me acosaba en la fiesta con la mirada, eh?! ¡¿Por
qué me molesta así?! ¡¿Qué quiere de mí?!
-Todo.
Lo quiero todo de ti- susurró antes de agarrarle la nuca y
abalanzarse sobre sus labios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario