“El amor no es una decisión. Es un sentimiento. Si pudiéramos decidir a
quién amamos, sería mucho más simple, pero mucho menos mágico.”
— Trey Parker, creador de South Park
-Ostia puta...
Rose no pudo haberlo descrito
mejor. Todos los posibles aspectos del interior de la discoteca que se me
hubieran podido pasar por la cabeza antes de entrar por las puertas de Inferno,
no se acercaban ni un milímetro a la realidad.
El interior es un mundo distinto
al que ves desde fuera. Nos encontramos en una amalgama de oscuros recuerdos
del pasado de la humanidad con la más fría actualidad, rodeada por muros de
cemento y hormigón, donde cuerpos sudorosos olvidan por unas horas sus
inhibiciones.
El espacio se encuentra dividido
en tres partes claramente diferenciadas, en una penumbra rota por las débiles
luces de las estratégicamente colocadas lámparas y los ocasionales rayos de
colores que provienen de la estación del DJ, que iluminan sobre todo la pista
de baile, ubicada unos escalones más abajo que el resto de la estancia y en el
centro. A la derecha están los reservados, con mesas circulares acompañadas de sillones
decorados con estampados barrocos, y a la izquierda se encuentra la barra,
donde unos veinteañeros mezclan líquidos de colores en cocteleras de metal para
posteriormente servírselos a los ya embriagados consumidores.
Pero lo que hace que la discoteca
sea especial es la decoración de sus paredes. El soso hormigón está escondido
debajo de láminas de representaciones de pinturas que podrías encontrar en las
iglesias románicas de la Edad Media; imágenes diseñadas para asustar a los
incultos creyentes, junto con otras más modernas que representan catástrofes,
muertes, locura, torturas, salvajismos, gula, sexo… Cosas que harían desmayarse
a las personas menos sensibles.
Pero eso no es lo más
espectacular de la sala, sino la gran vidriera que hay en la pared del fondo
del club. Representa una batalla entre ángeles y demonios. Los cuerpos se
encuentran retorciéndose, en una lucha cuerpo a cuerpo, donde los ángeles
pelean con lanzas y escudos y los demonios se encuentran con las manos
desnudas. Pero aunque unos vayan armados y los otros no, no me da la sensación
de que un equipo vaya ganando al otro, sino que llevan en un empate eterno
desde el comienzo de la batalla y están malditos a continuar a tablas por el
resto de los siglos. Estoy seguro que nadie podrá no sentirse atraído por la
imagen, y no pasarse un rato mirándola, contemplándola hasta que te cale hasta
los huesos… También ayuda que se encuentre justo enfrente de la entrada y que
sea lo primero que ves al entrar.
No soy un entendido en arte. Mi
percepción de lo bello y lo feo en esa materia es muy limitada, así que mi
único comentario es:
-¡Joder!
-Ya ves- me responde Rose. Nos
miramos y sonreímos. Terminamos de entrar, y con ello, desobstaculizamos la
entrada (porque somos unos pavos y nos quedamos de pie, ahí en medio, sin dejar
pasar a casi nadie).
Lo primero que hacemos es
dirigirnos a la barra, para así probar uno de esos elixires mata neuronas a los
que ya soy capaz de consumir legalmente.
-¿Qué os pongo?- nos dice uno de
los chicos que atienden la barra, limpiando la porción mostrador que queda
delante de nosotros.
-Yo quiero lo que toma esa chica
del vestido rojo, la que tiene media teta fuera – le dice Rose señalándole una
bebida de color celeste brillante que una chica (con un pecho a punto de
escapársele del corpiño) se estaba bebiendo al final de la barra.
-Okey, un Blue Lagoon para la
señorita- dice el barman, y tras quedase mirando unos segundos el escapadizo
seno de la inadvertida chica, se coloca el trapo sobre el hombre y me pregunta.
-¿Y a ti que muchacho?
-Eh… yo… mnn… no sé… -digo
indeciso mientras leo las extrañas palabras que componen la carta que hay
colgada en la pared de detrás. El camarero levanta una ceja y abre la boca como
para decir algo, pero Rose le corta, salvándome, diciendo:
-Perdona al chico, es que es su
primera vez en el mundo de los licores- me revuelve el pelo y añade sonriendo.
– Hoy es un cumple, 18 añitos ya[1].
-¡Anda! ¿En serio? Haberlo dicho
antes tío. Pues a esta invita la casa, con la especialidad del menda- dice el
barman animado, dándose la vuelta y empezando a trabajar. Parece que mi
cumpleaños es lo más emocionante que le ha pasado esta noche. Al rato, nos
coloca en la barra nuestras bebidas: el Blue Lagoon de Rose y una bebida color
crema con nata montada por encima, que supongo que es para mí.
-Se llama Orgasmo. Lleva Bailey,
licor de café, Amareto, leche evaporada y claramente, nata montada- explica el
camarero.- Solamente las chicas se lo piden, pero creo que a ti te va a gustar.
El camarero sonríe y me guiña el
ojo. Yo, en respuesta, no me pongo más colorado porque no tengo más sangre en
el cuerpo. En cambio, la respuesta de Rose a la actitud del chico es totalmente
diferente a la mía: ella le echa una mirada asesina, de esas que si las miradas
mataran el chico ya estaría muerto y enterrado, suelta el dinero que cuesta su
bebida en la barra, coge nuestras copas y se da la vuelta murmurando un
“gilipollas”.
¿Por qué la gente siempre da por
hecho de que soy gay? Y encima un gay afeminado. No es que lo niegue. Soy gay.
Mi sexualidad es una de las cosas que he tenido más claras desde siempre.
Reconozco cuando una chica es guapa o
fea y me caen genial, pero no me atraen, no me aceleran el pulso cuando las
veo. Y no soy como ellas. No entiendo de donde se saca la gente el que yo soy
afeminado. Puede que sea infantil, porque me gustan las películas de Disney y
coleccione peluches, pero no afeminado. Mi cuerpo no es que sea el más alto ni
el más musculado del mundo, pero eso no significa que sea como una chica. A mí
me gustan los deportes y los videojuegos, tengo mi habitación hecha un
desastre, y no llego a entender lo que supone tener la regla. Soy un chico. Un
chico que le gusta leer libros y ver películas románticas, pero un chico al fin
y al cabo. Pero a la gente no se le mete en la cabeza. Al parecer es que se me
nota que soy gay, o eso dice mi madre.
Creo que nunca voy a superar el
trauma que me causo cuando decidí contarle que me gustan los chicos. Yo estaba muy
nervioso cuando se lo dije porque no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar. Me
esperaba sorpresa en el mejor de los casos, y que me echara de casa en el peor.
Pero lo que ocurrió en realidad es que se puso a reírse a carcajadas. Me quede
patidifuso. Yo estaba contándole una cosa muy seria y ella se reía en toda mi
cara. Y entonces me dijo:
-Ay hijo, no te enfades. Me rio
porque yo ya lo sabía. Es que se te nota un poquillo. Mi niño, que se está
haciendo grande. ¿Pero es que tú no sabes ya que yo siempre te querré, sin
importar si te gustan las chicas o los chicos, seas tonto o listo, guapo o feo,
alíen o youtuber, te guste el fútbol o los dibujitos japonés esos, o las cosas
que hagas? Para mí siempre serás mi niño
chico, al que yo di a luz, al que yo le di el pecho, al que yo vi creer, y que
poco a poco se está convirtiendo en un hombre. Y sea como sea, yo siempre te
querré, mi alma. Da igual las penalidades, yo siempre estaré a tu lado. ¡Qué lo
sepas! Que si pensaste que con te ibas a librar de mí muy fácilmente, te has
equivocado. Me vas a aguantar durante mucho tiempo- y con ojos llorosos, me
cogió la cara entre sus suaves manos y dijo. –Sé que esto no los has elegido,
mi alma. ¡Ser gay no es una decisión! Es simple y sencillamente una preferencia
y una manera diferente de amar. Y la gente que no le guste pues que se aguante,
a ti que te entre por un odio y te salga por el otro. Odiar a alguien
homosexual es tan estúpido como odiar a alguien por ser zurdo. Yo lo único que
quiero que hagas es amar. Ama hasta que te duela, porque si te duele es buena
señal. Hazme caso que eso lo dijo la Madre Teresa de Calcuta, y esa mujer era
muy lista. Y ahora come, que se te está quedando fría la comida.
Pero yo en vez de comer lo que
hice fue abrazarla. Tengo tanta suerte por tener a la madre que tengo. Aunque a
veces sea cruel, y no tenga corazón.
Y yo sigo sus consejos. Lo que
dice la gente me importa un rábano. Me da igual lo que piensen, pero mi cuerpo
es como es, y no puedo evitar sonrojarme. Que le voy a hacer: tengo tendencia a
imitar a los tomates.
Sigo a Rose hasta una mesa, donde
suelta las bebidas. Yo me siento en frente de ella, y la miro. Sus ojos tienen
el azul de un mar embravecido en estos momentos. Eso es porque está enfadada.
Muy enfadada.
A Rose nunca le han sentado muy bien
las situaciones como la anterior. Entre todas las cosas que odia, el tema de
los prejuicios ocupa una de las más altas posiciones en su lista. Y si encima
añadimos a la ecuación la orientación sexual, se convierte en la cosa que más
odia Rose en el mundo.
Ella es bisexual. Para ella el
amor no tiene género, ella elige a quien le haga feliz. Y no le atrae un buen
físico. Bueno… no es que no le atraiga, claro que le atrae. Pero no le seduce.
Le seducen las mentes, le seduce la inteligencia. Le seduce una cara y un
cuerpo cuando ve que hay una mente que los mueve que vale la pena conocer. Conocer,
poseer, dominar, admirar.
Pero claro, eso tú no lo sabes
hasta que ella no te lo dice, por lo que la gente se crea una imagen de Rose
que no se corresponde a la realidad, y que explota como una burbuja cuando
descubren la verdad, haciendo que empiecen a tratarla de una manera distinta a
la de un principio.
Esto ha ocurrido tantas veces, que ha hecho que toda persona que haga cualquier
comentario, mirada o acción que indique una suposición sin conocimientos (o con
conocimientos) de la orientación sexual de Rose o mía, desencadene una serie de
sucesos que suelen terminar con una de las dos partes implicadas (Rose y la
persona que cometió el grave error de pensar mal en el mismo trozo de aire que
mi violenta amiga) en el hospital o en la comisaria.
Ahora mismo estoy viendo la que
suele ser la primera fase del proceso: el cabreo monumental de la peliazul. Y
sé que como no la tranquilice ahora, lo siguiente será que ella vaya a la barra
y le dé un “choca esos cinco” al camarero que nos ha atendido. En la cara. Con
una silla.
-Rose venga, baja esos humos.
Malos royos esta noche no, que es mi cumple – le digo haciendo pucheros. Ella
suspira y sonríe. Su mirada se dulcifica y sus ojos vuelven a ser los preciosos
estanques azules que tanto me gustan. Eso significa que me encontrare con su faceta
de que más me gusta: la divertida, sarcástica y feliz pero siempre pesimista
Rose.
-Venga, probemos las cosas estas.
Con lo que me ha costado, ya puede estar bueno -dice cogiendo su vaso y dándole
un sorbo. Yo la imito y bebo un poco del mío. Esta bueno, muy dulce. Me gusta.
Y por el gemido que acaba de soltar Rose, el suyo también. Entonces empieza a
reírse, mientras me señala con el dedo, y entre carcajada y carcajada dice:
-Tienes un bigote de nata
montada.
-Upps- contesto. Cojo una
servilleta y me limpio. - ¿Ya está?
-Sep- dice poniendo morritos.
Empiezo a recorrer la mirada por
la discoteca y me fijo en tres puertas que antes, al entrar, no me había dado
cuenta de que estaban. Una de ellas está custodiada por un guarda que parece
sacado de Mordor. No lo digo por feo, sino por su tamaño. Es enorme, y da
miedo. Supongo que será la zona VIP de la discoteca. Las otras dos son puertas
normales, pero una está abierta y la otra no. Digo yo que la abierta serán los
aseos y la otra una zona solo para el personal de establecimiento.
-Bueno, ¿pero que tenemos aquí?
Vaya pulsera más bonita. ¿Quién te la ha regalado? -dice Rose, interrumpiendo
mi escrutinio del local. La miro confundido. ¿Qué dice? ¿Qué pulsera? Noto un
peso que antes no estaba en mi muñeca izquierda. Miro y me encuentro una
pulsera de cuero y plata preciosa. Es
elegante, pero a la vez practica: te la puedes poner tanto para diario como
para una ocasión especial. Me la quito y veo que en el interior hay grabado un
mensaje en letras finas y estilizadas. Pone:
Podría
contar mi vida uniendo casualidades,
y las más
bonitas serían
las que
tienen nombre y apellido.
Gracias por
ser mi gran casualidad.
Tu amiga, siempre,
Rose
Mis ojos se llenan de lágrimas al
recordar el día en el que Rose y yo nos conocimos. Como ha dicho ella, fue una casualidad.
Ni ella ni yo decimos estar en ese lugar en ese momento, y si nunca nos hubiéramos
cruzado, puede que ahora seriamos solamente dos extraños que se cruzan por la
calle.
Yo tenía por aquel entonces unos
7 años, y estaba allí porque la niñera le falló a mi madre y como no había nadie
más que pudiera quedarse conmigo, ella tuvo que llevarme al trabajo. Por aquel
entonces mi madre trabajaba de camarera en un catering, y aquella tarde le toco
trabajar en una fiesta benéfica para recaudar dinero para los jóvenes que no
pueden acceder a los estudios superiores por culpa de alguna discapacidad o
problemas en casa. Era en una mansión muy grande, en Malibú, y asistían personas muy importantes con sus
hijos, pero yo no me relacionaba con ellos. Me daba miedo que se burlaran de mí
como hacían el resto de los niños de mi clase porque me gustaba jugar con
peluches, como las niñas, en vez de a los coches como los demás niños, y porque
pensaba que ellos seguramente no querían jugar con el hijo de una camarera. Por
lo que me encontraba solo en la escalera de servicio, jugando con mi peluche
favorito, Sr. Oso, cuando se abrió la puerta con la que accedías a ella, justo
antes de cerrarse con un portazo. Me di la vuelta sorprendido, y me encontré con
una pequeña Rose respirando trabajosamente, con un vestidito azul y el pelo al
natural, negro como las alas de un cuervo. Cuando su respiración se normalizo,
me miro y dijo:
-Hola
-Hola- conteste sin saber qué
hacer.
-¿Te molesta que me quede un rato
por aquí?- pregunto sentándose a mi lado.
-Claro- dije sin mirarla a la
cara.
-Que sepas que te lo he
preguntado por cortesía porque me iba a quedar igual- me aclaró.
-¿Y por qué te quieres quedar aquí
y no en la fiesta?- le pregunte confuso. –Allí hay comida rica y más niños.
-Ya, pero los niños son unos
cabezas de chorlito. Parecen de plástico, más aun que sus Barbies y sus
cochecitos de carreras aún- me contesto con una mueca de asco.- Se lo dije y me
empezaron a perseguir. Decían que me iban a pegar. Así que hui y les di
esquinazo metiéndome aquí.
Sonríe orgullosa. Yo me la quedo
mirando un rato. Me parecía una chica extrañísima.
-¿Y qué haces tú aquí?- me pregunta
curiosa.
-Estoy jugando con Sr. Oso. Mi mamá
está trabajando dentro y no la quiero molestar a ella ni a los invitados- le
explique. Ella me mira frunciendo el ceño y pregunta:
-¿Es tuyo el peluche?
-Sep
Se queda callada, pero yo estoy
concentrado en hacer bailar a mi osito que no me doy cuenta. Paro cuando empieza
a reírse.
-¿De qué ríes?- pregunto sin
comprender lo que le parece tan gracioso.
-Eres un chico- me contesto,
simplemente, sonriendo.
-Eso ya lo sé, ¿pero qué tiene de
gracioso?- sigo sin comprender. Mire a mí alrededor. Todo estaba normal,
insulso. No había nada que pudiera causar ni siquiera una simple sonrisa.
-Eres un chico y juegas con
peluches- me miro y se volvió a reír. Me enfade.
-¿Es que por ser un chico ya no
puede jugar con peluches? ¿Estoy obligado a jugar solamente a la pelota y a las
carreras? ¿Tan malo es que juegue con ellos?- pregunte alzando la voz.- Pues
que sepas que yo no me metería contigo si jugaras a cosas de chicos. Me parece
una tontería separar los juguetes en “para chicos” y “para chicas”. Para mí,
cada uno puede jugar con lo que quiera. Así que voy a seguir jugando con mi peluche,
y si no te gusta, no mires.
-Estoy totalmente de acuerdo
contigo- me contesto con una dulce sonrisa.
-¿Eh?- la mire patidifuso. No comprendía
a esa chica.
-Creía que era la única persona
de mi edad con esta opinión. Pero parece que no- dice riendo. –Me caes bien. Creo
que seremos muy buenos amigos- estira el brazo ofreciéndome la mano.- Me llamo
Rose Miller, tengo 7 años y mi color favorito es el azul.
Me quede mirando la mano que me tendía.
Todavía estaba confuso. “Que chica más rara”, pensé, “Me gusta”.
-Yo soy Adrien García- dije estrechándole
la mano.
Y así comenzó la amistad entre la
niña rica revolucionaria y el hijo de una camarera al que le gustan los
animales de peluche. Una amistad que ha durado 11 años, y no sin dificultades. A
los padres de Rose les costó tiempo aceptarme. No entendían como su hija se quería
juntar conmigo, conociendo desde mucho tiempo antes a niños estupendos y de
buena familia. Pero la verdadera amistad no se trata de quién vino primero o de
quién te conoce más tiempo, se trata de quién llegó y nunca se fue. Y al final
lo comprendieron… o se dieron por vencidos. Creo que más bien es la segunda
opción.
-No, no, no, no. Ni se te ocurra
llorar- me regaña Rose secándome las lagrimas.
-Me encanta Rose. Es preciosa-
digo mientras me coloco de nuevo la pulsera en la muñeca.
-Ay tonto. Venga, termínate la
copa y vámonos a bailar- dice tras terminarse de un sorbo su bebida. Le hago
caso.
Después de 6 canciones, aun nos
encontramos todavía en la pista de baile, dando saltos al ritmo de la música, y
cantando medio roncos la letra de la canción que suena por los altavoces,
acompañando a Lady Gaga.
I'm beautiful in my
way
Because god makes no
mistakes
I'm on the right track
baby
I was born this way
Don't hide yourself in
regret
Just love yourself and
you're set
I'm on the right track
baby
I was born this way[2]
-Necesito beber algo- me dice
Rose cansada con la lengua afuera y respirando fuertemente.
-Vamos a la barra a pedirnos otra
ronda- le contesto y empezamos a dirigirnos hacia allí. Cuando llegamos no hay
apenas espacio por dónde meterse. Intento varias veces llegar al mostrador,
pero me es imposible. Me echo para atrás y cuando lo vuelvo a intentar ocurre. Me
choco contra él.
[1]
En realidad, la edad
mínima para el consumo de bebidas alcohólicas en Estado Unidos es a partir de
los 21 años.
[2]
Soy hermosa a mi manera/porque Dios no comete errores,/estoy en el camino
correcta, nena./Nací de esta manera./No te escondas en lamentos/sólo quiérete a
ti misma y estarás lista,/estoy en el camino correcto, nena,/nací de esta
manera. (Born this way – Lady Gaga)
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