miércoles, 5 de noviembre de 2014

Segundas oportunidades - Capitulo 2 - No es mi decisión

“El amor no es una decisión. Es un sentimiento. Si pudiéramos decidir a quién amamos, sería mucho más simple, pero mucho menos mágico.”
— Trey Parker, creador de South Park

-Ostia puta...

Rose no pudo haberlo descrito mejor. Todos los posibles aspectos del interior de la discoteca que se me hubieran podido pasar por la cabeza antes de entrar por las puertas de Inferno, no se acercaban ni un milímetro a la realidad.

El interior es un mundo distinto al que ves desde fuera. Nos encontramos en una amalgama de oscuros recuerdos del pasado de la humanidad con la más fría actualidad, rodeada por muros de cemento y hormigón, donde cuerpos sudorosos olvidan por unas horas sus inhibiciones.

El espacio se encuentra dividido en tres partes claramente diferenciadas, en una penumbra rota por las débiles luces de las estratégicamente colocadas lámparas y los ocasionales rayos de colores que provienen de la estación del DJ, que iluminan sobre todo la pista de baile, ubicada unos escalones más abajo que el resto de la estancia y en el centro. A la derecha están los reservados, con mesas circulares acompañadas de sillones decorados con estampados barrocos, y a la izquierda se encuentra la barra, donde unos veinteañeros mezclan líquidos de colores en cocteleras de metal para posteriormente servírselos a los ya embriagados consumidores.

Pero lo que hace que la discoteca sea especial es la decoración de sus paredes. El soso hormigón está escondido debajo de láminas de representaciones de pinturas que podrías encontrar en las iglesias románicas de la Edad Media; imágenes diseñadas para asustar a los incultos creyentes, junto con otras más modernas que representan catástrofes, muertes, locura, torturas, salvajismos, gula, sexo… Cosas que harían desmayarse a las personas menos sensibles.

Pero eso no es lo más espectacular de la sala, sino la gran vidriera que hay en la pared del fondo del club. Representa una batalla entre ángeles y demonios. Los cuerpos se encuentran retorciéndose, en una lucha cuerpo a cuerpo, donde los ángeles pelean con lanzas y escudos y los demonios se encuentran con las manos desnudas. Pero aunque unos vayan armados y los otros no, no me da la sensación de que un equipo vaya ganando al otro, sino que llevan en un empate eterno desde el comienzo de la batalla y están malditos a continuar a tablas por el resto de los siglos. Estoy seguro que nadie podrá no sentirse atraído por la imagen, y no pasarse un rato mirándola, contemplándola hasta que te cale hasta los huesos… También ayuda que se encuentre justo enfrente de la entrada y que sea lo primero que ves al entrar.

No soy un entendido en arte. Mi percepción de lo bello y lo feo en esa materia es muy limitada, así que mi único comentario es:

-¡Joder!

-Ya ves- me responde Rose. Nos miramos y sonreímos. Terminamos de entrar, y con ello, desobstaculizamos la entrada (porque somos unos pavos y nos quedamos de pie, ahí en medio, sin dejar pasar a casi nadie).

Lo primero que hacemos es dirigirnos a la barra, para así probar uno de esos elixires mata neuronas a los que ya soy capaz de consumir legalmente.

-¿Qué os pongo?- nos dice uno de los chicos que atienden la barra, limpiando la porción mostrador que queda delante de nosotros.

-Yo quiero lo que toma esa chica del vestido rojo, la que tiene media teta fuera – le dice Rose señalándole una bebida de color celeste brillante que una chica (con un pecho a punto de escapársele del corpiño) se estaba bebiendo al final de la barra.

-Okey, un Blue Lagoon para la señorita- dice el barman, y tras quedase mirando unos segundos el escapadizo seno de la inadvertida chica, se coloca el trapo sobre el hombre y me pregunta. -¿Y a ti que muchacho?

-Eh… yo… mnn… no sé… -digo indeciso mientras leo las extrañas palabras que componen la carta que hay colgada en la pared de detrás. El camarero levanta una ceja y abre la boca como para decir algo, pero Rose le corta, salvándome, diciendo:

-Perdona al chico, es que es su primera vez en el mundo de los licores- me revuelve el pelo y añade sonriendo. – Hoy es un cumple, 18 añitos ya[1].

-¡Anda! ¿En serio? Haberlo dicho antes tío. Pues a esta invita la casa, con la especialidad del menda- dice el barman animado, dándose la vuelta y empezando a trabajar. Parece que mi cumpleaños es lo más emocionante que le ha pasado esta noche. Al rato, nos coloca en la barra nuestras bebidas: el Blue Lagoon de Rose y una bebida color crema con nata montada por encima, que supongo que es para mí.

-Se llama Orgasmo. Lleva Bailey, licor de café, Amareto, leche evaporada y claramente, nata montada- explica el camarero.- Solamente las chicas se lo piden, pero creo que a ti te va a gustar.
El camarero sonríe y me guiña el ojo. Yo, en respuesta, no me pongo más colorado porque no tengo más sangre en el cuerpo. En cambio, la respuesta de Rose a la actitud del chico es totalmente diferente a la mía: ella le echa una mirada asesina, de esas que si las miradas mataran el chico ya estaría muerto y enterrado, suelta el dinero que cuesta su bebida en la barra, coge nuestras copas y se da la vuelta murmurando un “gilipollas”.

¿Por qué la gente siempre da por hecho de que soy gay? Y encima un gay afeminado. No es que lo niegue. Soy gay. Mi sexualidad es una de las cosas que he tenido más claras desde siempre. Reconozco cuando una chica  es guapa o fea y me caen genial, pero no me atraen, no me aceleran el pulso cuando las veo. Y no soy como ellas. No entiendo de donde se saca la gente el que yo soy afeminado. Puede que sea infantil, porque me gustan las películas de Disney y coleccione peluches, pero no afeminado. Mi cuerpo no es que sea el más alto ni el más musculado del mundo, pero eso no significa que sea como una chica. A mí me gustan los deportes y los videojuegos, tengo mi habitación hecha un desastre, y no llego a entender lo que supone tener la regla. Soy un chico. Un chico que le gusta leer libros y ver películas románticas, pero un chico al fin y al cabo. Pero a la gente no se le mete en la cabeza. Al parecer es que se me nota que soy gay, o eso dice mi madre.

Creo que nunca voy a superar el trauma que me causo cuando decidí contarle que me gustan los chicos. Yo estaba muy nervioso cuando se lo dije porque no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar. Me esperaba sorpresa en el mejor de los casos, y que me echara de casa en el peor. Pero lo que ocurrió en realidad es que se puso a reírse a carcajadas. Me quede patidifuso. Yo estaba contándole una cosa muy seria y ella se reía en toda mi cara. Y entonces me dijo:

-Ay hijo, no te enfades. Me rio porque yo ya lo sabía. Es que se te nota un poquillo. Mi niño, que se está haciendo grande. ¿Pero es que tú no sabes ya que yo siempre te querré, sin importar si te gustan las chicas o los chicos, seas tonto o listo, guapo o feo, alíen o youtuber, te guste el fútbol o los dibujitos japonés esos, o las cosas que hagas?  Para mí siempre serás mi niño chico, al que yo di a luz, al que yo le di el pecho, al que yo vi creer, y que poco a poco se está convirtiendo en un hombre. Y sea como sea, yo siempre te querré, mi alma. Da igual las penalidades, yo siempre estaré a tu lado. ¡Qué lo sepas! Que si pensaste que con te ibas a librar de mí muy fácilmente, te has equivocado. Me vas a aguantar durante mucho tiempo- y con ojos llorosos, me cogió la cara entre sus suaves manos y dijo. –Sé que esto no los has elegido, mi alma. ¡Ser gay no es una decisión! Es simple y sencillamente una preferencia y una manera diferente de amar. Y la gente que no le guste pues que se aguante, a ti que te entre por un odio y te salga por el otro. Odiar a alguien homosexual es tan estúpido como odiar a alguien por ser zurdo. Yo lo único que quiero que hagas es amar. Ama hasta que te duela, porque si te duele es buena señal. Hazme caso que eso lo dijo la Madre Teresa de Calcuta, y esa mujer era muy lista. Y ahora come, que se te está quedando fría la comida.

Pero yo en vez de comer lo que hice fue abrazarla. Tengo tanta suerte por tener a la madre que tengo. Aunque a veces sea cruel, y no tenga corazón.

Y yo sigo sus consejos. Lo que dice la gente me importa un rábano. Me da igual lo que piensen, pero mi cuerpo es como es, y no puedo evitar sonrojarme. Que le voy a hacer: tengo tendencia a imitar a los tomates.

Sigo a Rose hasta una mesa, donde suelta las bebidas. Yo me siento en frente de ella, y la miro. Sus ojos tienen el azul de un mar embravecido en estos momentos. Eso es porque está enfadada. Muy enfadada.
A Rose nunca le han sentado muy bien las situaciones como la anterior. Entre todas las cosas que odia, el tema de los prejuicios ocupa una de las más altas posiciones en su lista. Y si encima añadimos a la ecuación la orientación sexual, se convierte en la cosa que más odia Rose en el mundo.
Ella es bisexual. Para ella el amor no tiene género, ella elige a quien le haga feliz. Y no le atrae un buen físico. Bueno… no es que no le atraiga, claro que le atrae. Pero no le seduce. Le seducen las mentes, le seduce la inteligencia. Le seduce una cara y un cuerpo cuando ve que hay una mente que los mueve que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar.

Pero claro, eso tú no lo sabes hasta que ella no te lo dice, por lo que la gente se crea una imagen de Rose que no se corresponde a la realidad, y que explota como una burbuja cuando descubren la verdad, haciendo que empiecen a tratarla de una manera distinta a la de un principio.

Esto ha ocurrido tantas veces,  que ha hecho que toda persona que haga cualquier comentario, mirada o acción que indique una suposición sin conocimientos (o con conocimientos) de la orientación sexual de Rose o mía, desencadene una serie de sucesos que suelen terminar con una de las dos partes implicadas (Rose y la persona que cometió el grave error de pensar mal en el mismo trozo de aire que mi violenta amiga) en el hospital o en la comisaria.

Ahora mismo estoy viendo la que suele ser la primera fase del proceso: el cabreo monumental de la peliazul. Y sé que como no la tranquilice ahora, lo siguiente será que ella vaya a la barra y le dé un “choca esos cinco” al camarero que nos ha atendido. En la cara. Con una silla.

-Rose venga, baja esos humos. Malos royos esta noche no, que es mi cumple – le digo haciendo pucheros. Ella suspira y sonríe. Su mirada se dulcifica y sus ojos vuelven a ser los preciosos estanques azules que tanto me gustan. Eso significa que me encontrare con su faceta de que más me gusta: la divertida, sarcástica y feliz pero siempre pesimista Rose.

-Venga, probemos las cosas estas. Con lo que me ha costado, ya puede estar bueno -dice cogiendo su vaso y dándole un sorbo. Yo la imito y bebo un poco del mío. Esta bueno, muy dulce. Me gusta. Y por el gemido que acaba de soltar Rose, el suyo también. Entonces empieza a reírse, mientras me señala con el dedo, y entre carcajada y carcajada dice:

-Tienes un bigote de nata montada.

-Upps- contesto. Cojo una servilleta y me limpio. - ¿Ya está?

-Sep- dice poniendo morritos.

Empiezo a recorrer la mirada por la discoteca y me fijo en tres puertas que antes, al entrar, no me había dado cuenta de que estaban. Una de ellas está custodiada por un guarda que parece sacado de Mordor. No lo digo por feo, sino por su tamaño. Es enorme, y da miedo. Supongo que será la zona VIP de la discoteca. Las otras dos son puertas normales, pero una está abierta y la otra no. Digo yo que la abierta serán los aseos y la otra una zona solo para el personal de establecimiento.

-Bueno, ¿pero que tenemos aquí? Vaya pulsera más bonita. ¿Quién te la ha regalado? -dice Rose, interrumpiendo mi escrutinio del local. La miro confundido. ¿Qué dice? ¿Qué pulsera? Noto un peso que antes no estaba en mi muñeca izquierda. Miro y me encuentro una pulsera de cuero y plata preciosa.  Es elegante, pero a la vez practica: te la puedes poner tanto para diario como para una ocasión especial. Me la quito y veo que en el interior hay grabado un mensaje en letras finas y estilizadas. Pone:

Podría contar mi vida uniendo casualidades,
y las más bonitas serían
las que tienen nombre y apellido.
Gracias por ser mi gran casualidad.
Tu amiga, siempre,
Rose

Mis ojos se llenan de lágrimas al recordar el día en el que Rose y yo nos conocimos. Como ha dicho ella, fue una casualidad. Ni ella ni yo decimos estar en ese lugar en ese momento, y si nunca nos hubiéramos cruzado, puede que ahora seriamos solamente dos extraños que se cruzan por la calle.

Yo tenía por aquel entonces unos 7 años, y estaba allí porque la niñera le falló a mi madre y como no había nadie más que pudiera quedarse conmigo, ella tuvo que llevarme al trabajo. Por aquel entonces mi madre trabajaba de camarera en un catering, y aquella tarde le toco trabajar en una fiesta benéfica para recaudar dinero para los jóvenes que no pueden acceder a los estudios superiores por culpa de alguna discapacidad o problemas en casa. Era en una mansión muy grande, en Malibú,  y asistían personas muy importantes con sus hijos, pero yo no me relacionaba con ellos. Me daba miedo que se burlaran de mí como hacían el resto de los niños de mi clase porque me gustaba jugar con peluches, como las niñas, en vez de a los coches como los demás niños, y porque pensaba que ellos seguramente no querían jugar con el hijo de una camarera. Por lo que me encontraba solo en la escalera de servicio, jugando con mi peluche favorito, Sr. Oso, cuando se abrió la puerta con la que accedías a ella, justo antes de cerrarse con un portazo. Me di la vuelta sorprendido, y me encontré con una pequeña Rose respirando trabajosamente, con un vestidito azul y el pelo al natural, negro como las alas de un cuervo. Cuando su respiración se normalizo, me miro y dijo:

-Hola

-Hola- conteste sin saber qué hacer.

-¿Te molesta que me quede un rato por aquí?- pregunto sentándose a mi lado.

-Claro- dije sin mirarla a la cara.

-Que sepas que te lo he preguntado por cortesía porque me iba a quedar igual- me aclaró.

-¿Y por qué te quieres quedar aquí y no en la fiesta?- le pregunte confuso. –Allí hay comida rica y más niños.

-Ya, pero los niños son unos cabezas de chorlito. Parecen de plástico, más aun que sus Barbies y sus cochecitos de carreras aún- me contesto con una mueca de asco.- Se lo dije y me empezaron a perseguir. Decían que me iban a pegar. Así que hui y les di esquinazo metiéndome aquí.

Sonríe orgullosa. Yo me la quedo mirando un rato. Me parecía una chica extrañísima.

-¿Y qué haces tú aquí?- me pregunta curiosa.

-Estoy jugando con Sr. Oso. Mi mamá está trabajando dentro y no la quiero molestar a ella ni a los invitados- le explique. Ella me mira frunciendo el ceño y pregunta:

-¿Es tuyo el peluche?

-Sep

Se queda callada, pero yo estoy concentrado en hacer bailar a mi osito que no me doy cuenta. Paro cuando empieza a reírse.

-¿De qué ríes?- pregunto sin comprender lo que le parece tan gracioso.

-Eres un chico- me contesto, simplemente, sonriendo.

-Eso ya lo sé, ¿pero qué tiene de gracioso?- sigo sin comprender. Mire a mí alrededor. Todo estaba normal, insulso. No había nada que pudiera causar ni siquiera una simple sonrisa.

-Eres un chico y juegas con peluches- me miro y se volvió a reír. Me enfade.

-¿Es que por ser un chico ya no puede jugar con peluches? ¿Estoy obligado a jugar solamente a la pelota y a las carreras? ¿Tan malo es que juegue con ellos?- pregunte alzando la voz.- Pues que sepas que yo no me metería contigo si jugaras a cosas de chicos. Me parece una tontería separar los juguetes en “para chicos” y “para chicas”. Para mí, cada uno puede jugar con lo que quiera. Así que voy a seguir jugando con mi peluche, y si no te gusta, no mires.

-Estoy totalmente de acuerdo contigo- me contesto con una dulce sonrisa.

-¿Eh?- la mire patidifuso. No comprendía a esa chica.

-Creía que era la única persona de mi edad con esta opinión. Pero parece que no- dice riendo. –Me caes bien. Creo que seremos muy buenos amigos- estira el brazo ofreciéndome la mano.- Me llamo Rose Miller, tengo 7 años y mi color favorito es el azul.

Me quede mirando la mano que me tendía. Todavía estaba confuso. “Que chica más rara”, pensé, “Me gusta”.

-Yo soy Adrien García- dije estrechándole la mano.

Y así comenzó la amistad entre la niña rica revolucionaria y el hijo de una camarera al que le gustan los animales de peluche. Una amistad que ha durado 11 años, y no sin dificultades. A los padres de Rose les costó tiempo aceptarme. No entendían como su hija se quería juntar conmigo, conociendo desde mucho tiempo antes a niños estupendos y de buena familia. Pero la verdadera amistad no se trata de quién vino primero o de quién te conoce más tiempo, se trata de quién llegó y nunca se fue. Y al final lo comprendieron… o se dieron por vencidos. Creo que más bien es la segunda opción.

-No, no, no, no. Ni se te ocurra llorar- me regaña Rose secándome las lagrimas.

-Me encanta Rose. Es preciosa- digo mientras me coloco de nuevo la pulsera en la muñeca.

-Ay tonto. Venga, termínate la copa y vámonos a bailar- dice tras terminarse de un sorbo su bebida. Le hago caso.

Después de 6 canciones, aun nos encontramos todavía en la pista de baile, dando saltos al ritmo de la música, y cantando medio roncos la letra de la canción que suena por los altavoces, acompañando a Lady Gaga.

I'm beautiful in my way
Because god makes no mistakes
I'm on the right track baby
I was born this way

Don't hide yourself in regret
Just love yourself and you're set
I'm on the right track baby
I was born this way[2]

-Necesito beber algo- me dice Rose cansada con la lengua afuera y respirando fuertemente.
-Vamos a la barra a pedirnos otra ronda- le contesto y empezamos a dirigirnos hacia allí. Cuando llegamos no hay apenas espacio por dónde meterse. Intento varias veces llegar al mostrador, pero me es imposible. Me echo para atrás y cuando lo vuelvo a intentar ocurre. Me choco contra él.




[1] En realidad, la edad mínima para el consumo de bebidas alcohólicas en Estado Unidos es a partir de los 21 años.

[2] Soy hermosa a mi manera/porque Dios no comete errores,/estoy en el camino correcta, nena./Nací de esta manera./No te escondas en lamentos/sólo quiérete a ti misma y estarás lista,/estoy en el camino correcto, nena,/nací de esta manera. (Born this way – Lady Gaga)

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